Aunque sea por un rato
Se acomodó el sombrero, como habitualmente lo hacía,
apoyó el bastón a un costado del banco y se dignó a sentarse. Como de costumbre
se tomaría un rato para ver jugar a los muchachos y recobrar fuerzas luego de
la caminata que, a pesar de ser impuesta por el médico, tanto le gustaba. Se
sentía particularmente contento, el día estaba muy lindo y apenas se acercó vio
que la canchita estaba llena, ver jugar a los chicos a la pelota le producía
una grata sensación, a pesar del calor, tal vez porque lo devolvía a sus épocas
de juventud, o simplemente porque siempre le gustó el fútbol y aunque sea a
través de estos pibes se compenetraba y olvidaba de todo, hasta llegaba a
murmurar alguna opinión, “así no pibe” “nene tiene que frenarse un poco” “esa
posición no es para usted” o algunos conceptos un poco mas críticos como “nene
dedíquese a otra cosa” “usted debería ser el encargado de comprar la gaseosa y
nada mas” “entienda que esto es para vivos, no para perejiles” o cosas así. Su
habitual mal humor hoy no se presentaba, totalmente calmado se acomodó, se
ajustó los lentes y sacó una libretita del bolsillo, la lapicera venía siempre
en el bolsillo interno del saco, siempre un poco arrugado y con una estoicidad
digna de las mejores marcas de la industria, nunca hacía ninguna anotación,
pero era una costumbre imposible de cambiar a esta altura.
En la canchita habían como veinte pendejos dando
vueltas, todas las tardes se jugaba un partido de cuarenta minutos, se armaban
dos equipos de ocho jugadores y los que no eran elegidos esperaban afuera
sentaditos, no había lugar a quejas, por una regla tácita no jugaban en número
dispar, ya se había armado demasiado lío en otros días, los que no jugaban
esperaban o se rajaban, cada uno a su gusto. Los pibes oscilaban entre los ocho
y doce años, algunos gorditos, otros bajitos, había de todo, como en cualquier
barrio.
Sentado en el banco cerca del bebedero iba saludando
a casi todos cuando pasaban para refrescarse, una linda relación tenía con los
pibes, aún sin charlar tanto, solía cruzar alguna que otra palabra y a veces le
tocaba dirimir alguna jugada confusa, se lo respetaba en el campito, su sola
presencia aportaba orden a la causa. Cualquier charla la disfrutaba, por
trivial que fuese.
Se armó rápido la cosa, los equipos estaban mas o
menos estipulados, había habituales de cada bando, el partido se jugaba con
muchas ganas, nadie quería perder, las cargadas no cesaban hasta el próximo
duelo, el “gordo” luis al arco con la pared en la espalda, el “gringo” mauri
era el encargado de la defensa, el “negro” Julián era el otro áspero defensor
con buena contextura, les sacaba una cabeza a casi todos, tal vez por su edad,
vaya a saber uno, los hermanitos carrasco en la mitad y el flaco carlitos
arriba, junto al hábil josesito, le llamó la atención que no estuviera el
negrito “maní” como le decían los otros chicos, ese si que jugaba lindo, pensó,
pero bueno, ya vendrá mas tarde, tal vez no pudo zafar en su casa, la nómina la
completaba un chico nuevo, un tal “chaleco” que había ganado su lugar por ser primo
del “gringo” mauri, pero no se le veía mucha uña de guitarrero, medio gordito y
con medias altas . Del otro lado también estaban los habituales Jorge, con su
característico buzo azul con las mangas cortadas, el chino y flequillo de
defensores, el “nene” ascencio en el medio, “coquito” a su lado, el hábil
“cuchara” con sus zapatillas amarillas tan características, y arriba el “zurdo”
Ortiz y el “cintura” lopez, dos promesas de buen fútbol garantizado. Estaba claro,
a priori, que el equipo del “cintura” corría con ventaja en la previa, el negro
“maní” solía equilibrar las cosas y hoy no se había presentado aún.
Luego de una charla en el medio decidieron cortar
para poder tomar agua, hacía mucho calor, iban a jugar dos mitades de veinte
cada una, sin cambiar del lado, solo para refrescarse. Los tres o cuatro
suplentes se dispersaron rápidamente, dos se subieron a un árbol, otro los
miraba de abajo, y el último se iba yendo despacio y en silencio.
La cosa empezó movida, la pelota iba y venía sin
mayor sentido, el “gringo” mauri atendió al zurdo lopez luego de comerse el
amague, y el que terminó probando la tierra fue este último luego de levantar
una polvareda importante, nada fuera de lo común, transcurrió el primer
tiempo y el equipo del gordo Luis había
hecho un esfuerzo importante por mantener la igualdad, el empate en cero era
mentiroso, pero acá no se habla de merecimientos, el resultado manda, que lo
vayan sabiendo para el futuro, pensó Don Timoteo.
De pronto escuchó un jadeo, venía el negro maní
corriendo con unas medias en la mano, con claras intenciones de poder jugar un
rato y recuperar el tiempo perdido, como acababan de empezar el segundo tiempo
se sentó al costado de la cancha para ir colocándose las medias.
-
Hola Don Timoteo,
como vamos?
-
Como le va Maní,
empatan en cero, gracias a Luis que se atajó todo hasta ahora.
-
Que bueno que no
vamos perdiendo, mientras respiraba para recuperarse de la corrida.
-
Me extrañó no
verlo cuando llegué.
-
Lo que pasa es
que en mi casa nos estamos cambiando, hoy me lo dijo mi vieja, nos vamos para
otro lado, a mi viejo lo trasladan y me llevaron de una oreja al centro, para
hacer unos trámites.
-
Que lástima
dijo, y al instante se arrepintió de su dicho.
-
Estoy re
caliente Don, usted sabe que no falto nunca al campito
-
De los de la
barra no falta nunca nadie, pero bueno, a veces no queda otra, el tampoco
faltaba nunca, pensó.
-
Espero que este
no sea mi último partido, igual entro y le dedico un gol Don.
-
Está fulera la
cosa, en cualquier momento los clavan, si haces un gol me lo dedicas eh.
-
Por supuesto
Don. No había visto que estaba el primo
del gringo, ahora lo saco, y pegó un grito seco “Chaleco” dale que quiero
entrar.
Desde la cancha lo vieron al negro que acababa de
llegar y se pusieron contentos, estaban todos, iban a disfrutar de un segundo
tiempo parejo, palo y palo, como estaban acostumbrados. El chaleco miró en
derredor y no tuvo mas que salir despacio, no había banca para oponerse, ni
mucho menos. El negro entró corriendo y saludando, con la sonrisa dibujada en
la cara. Que fácil que era ser feliz para éstos pibes, pensó Don Timoteo, sin
reconocer que el también disfrutaba junto a ellos, o tal vez un poco mas.
La tarde transcurría por caminos normales, gritos,
tierra, quejas, cargadas y demás circunstancias se alternaban ordenadamente,
pero Timoteo sintió un poco nostalgia, vio correr a los chicos con su natural desparpajo
y entendió que ese era su momento en el día, ese derroche de energía le
aportaba una cálida sensación, ese banco era “su” banco y estos pibes eran “sus”
pibes, así lo sentía íntimamente. El partido se jugaba animosamente, pero el
seguía distraído. La charla con Maní le dejó un pequeño sabor amargo. Que
injusto, pensó, cuando uno logra armar una linda banda, lo trasladan, con lo
difícil que es sentirse parte en algún lado, ojala le vaya bien al negro, es un
buen chico, como todos los que vienen. Alguna que otra vez había pegado un
grito para separar alguna trifulca o para retar a alguno de los chicos, pero
nunca había pasado de un momento de calentura ni nada parecido. Tenía su lugar
bien ganado en el campito. Esto era para él una satisfacción enorme.
Sin que se moviera el cero aún, el negro maní esquivó
al “nene” y a “coquito”, encaró con espacio y se movió para su izquierda,
contra la línea esquivó al “chino” y encaró para el arco, Jorge se paró bien
cerquita del palo, casi tapándole todo el ángulo y “flequillo” cruzó para
atenderlo. Por adentro venía josesito solo, pidiendolá, sabiendo que no era
probable recibirla, pero había que estar por las dudas, hacer el gol del
triunfo era motivo de orgullo y cargadas después durante la gaseosa. Lo vio
salir al arquero y dudó, enganchó para adentro para gambetearlo, jorgito se
estiró y le tocó la pelota, no se la pudo sacar, flequillo aprovechó y se tiró a
sus pies para barrerlo, pero el negro estaba endemoniado, lo vio venir a
flequillo y alcanzó a tocar la pelota para dejarlo fuera de acción, se comió
una buena patada en la canilla, pero no se cayó, con flequillo desparramado y
jorgito levantándose encaró para el arco casi desprotegido, la empujó y lo
gritó con muchas ganas, goolllllllllllll, josesito vino y le dio un abrazo
eterno, “bien negro, golazo”, rápidamente se agruparon todos, ya no quedaba
casi tiempo, iba a ser una victoria ajustada, de esas que se disfrutan, se
separó de sus compañeros y se acomodó las medias, volvió contento a la mitad de
la cancha, con la sonrisa dibujada en la cara. Al instante se acabó el partido,
festejaron de lo lindo, con gaste incluido “tuve que venir para que ganemos” y
cosas así se mezclaban con otras como “tuvieron mucho culo”, y demás.
Timoteo los miraba sin mirar, agarró el bastón y
empezó a levantarse, vio a Maní apilarse a los defensores y el arquero, también
vio el gol, el festejo y la vuelta a comenzar, se sintió triste, empezó a
caminar despacio, le dio la espalda al juego y emprendió un viaje sin retorno,
sentía que ya extrañaba estas tardecitas aún sin irse todavía. Sintió una pena
rara, grande, demasiada, pensó y apuró el paso para ahuyentar los pensamientos.
El negro maní se acordó de Don Timoteo, al que le iba
a dedicar el gol, y rápidamente se dio vuelta y miró para el banco, pero ya no
estaba. Otra vez será, pensó. No hubo
dedicatoria, tampoco hubo mañana.
@el3delaU
Para
Concurso “Palabras Redondas”
Diciembre
de 2.012.